miércoles, agosto 30, 2006

el 20% permite un justificado nerviosismo

Lisboa (1)

por trás dos muros da cidade
no seu coração profundo de alicerces
de argilas e de sísmicos arroios - cresce uma voz
que sobe e fende a brandura das casas

da escrita dos inumeráveis povos quase
nada resta - deitaste-te exausto na lâmina da lua
sem saberes que o tejo te corrói e te suprime
de todas as idades da europa

mais além - para os lados do corpo - permanece
a tosse dos cacilheiros os olhos revirados
dos mendigos - o tecto onde um navio
nos separa de um vácuo alimentando a soro

plátanos brancos recortam-se recortam-se luminiscentes no olhar
de quem nos olha contra um céu desesperado - jardim
de íris alucenas palmeiras cobertas de rocio
a ponte que nos leva aos campos do sul - lisboa

lugar derradeiro do riso
que já não te pode salvar do cemitério dos prazeres

e morres
carregado de tristezas e de mistérios - morres
algures
sentado numa praceta de bairro - o olhar fixo
no inferno marítimo das aves

Lisboa (2)

desejaste um país de silêncio
de chuvas salgadas - sem caminhos nem sonhos

tiveste um país sombrio
onde a realidade devorou o delírio e
ficou desabitado - este país nocturno que geme
contra a solidão do corpo - perguntas-te

que espécie de lume cospem os cardos?
caberá o mar dentro da tua ausência? E o caule
negro dos analgésicos por mim acima... que cidade
de areia construída grão a grão aparecerá?
quantas lisboas estão enterradas? ou submersas?

o vento traz-te o aroma dos trópicos
dos tamarindos floridos das avenidas e dos fenos
primaveris das planícies - leva-te no alado ácido

Lisboa (3)

imaginaste um país imóvel devorado pelo sol
e o arrepio do canto espalhou-se pelas ruas
a outro tempo igual

a fundo do restaurante o olhar preso em ti
da dama do charuto - café flor do mundo
encruzilhada onde se dorme frente à europa
apercebida como uma somba que se afunda
nas veias dos arrumadores de carros

imaginaste que em ti permaneceria
esse barulho metálico de continentes abandonados
enfim
ontem foi o último dia
em que consegiste calçar-te - essa guerra
que te deixou por sarar
por um túnel de veludo ensanguentado na cabeça

lisboa (4)

vieste dos desertos africanos onde
semeaste tormentos e filhos negros

enrolaste-te agora no pano ardido do tempo
de lisboa - rasgas em tiras dolorosas o sonho
e tentas navegar pelos sucalcos dos mares

mas a saudade pelos que partiram e agora
se aproximam desta voz - vêem
um império de navios vazios

e tu
sob o sol cruel - perdido de olhar em olhar
jogando a vida contra o sujo casco dos cacilheiros
vagueias
pelos becos da voz perdida - ou um corpo qualquer
para fingir o sono junto ao teu

mas lisboa é feita de fios de sangue
de províncias
de esperas diante dos cafés
de vazio sob um céu plúmbeo que ensombra
os jardins de estátuas partidas

há um pressentimento de sono sem fim
refugias-te num quarto de pensão e dormitas
o dia todo - para que lisboa te esqueça


Al Berto
"Horto de incendio"

lunes, agosto 21, 2006

Carver

Esta mañana pasaba algo. Un poco de nieve
en el suelo. El sol flotaba en un cielo
azul claro. El mar era azul, y azul verdoso,
hasta donde alcanzaba la vista.
Escasamente agitado. Tranquilo. Me vestí y fui
a dar un paseo -decidido a no volver
hasta coger lo que la naturaleza tenía que ofrecer.
Pasé junto a unos árboles viejos, abatidos.
Crucé un prado salpicado de piedras
donde se amontonaba la nieve. Seguí
hasta llegar al acantilado.
Desde allí miré el mar, y el cielo, y
las gaviotas revoloteando sobre la blanca playa
allá abajo. Todo encantador. Todo bañado por una fría
y pura luz. Pero, como siempre, mis pensamientos
empezaron a dispersarse. Tuve que obligarme
a ver lo que estaba viendo
y nada más. Tuve que decirme 'esto' es lo que
importa y nada más (¡y lo estuve viendo,
durante un minuto o dos!) Durante un minuto o dos
eso se impuso sobre las meditaciones habituales acerca de
lo que estaba bien y lo que estaba mal -deber,
tiernos recuerdos, ideas de muerte, de cómo debería tratar
a mi antigua mujer. Todas las cosas
que esperaba que se fueran esta mañana.
Las que vivo cada día. Las que
he pisoteado para seguir vivo.
Pero durante un minuto o dos me olvidé
de mi mismo y de todo lo demás. Sé que lo hice.
Pues cuando me di la vuelta, no sabía
donde estaba. Hasta que algunos pájaros se alzaron
de los nudosos árboles. Y se alejaron volando
en la dirección que yo necesitaba que siguieran.

(Raymond Carver)

jueves, agosto 17, 2006

la hierba roja

P. 136

- Envejecer no es una tara -dijo Monsieru Brul.

- Sí -respondió Wolf-. Deberíamos avergonzarnos de nuestro desgaste.

- Pero si a todo el mundo le ocurre lo mismo –Objetó Monsieur Brul.

- Y no tiene ninguna importancia –dijo Wolf-, si se ha vivido. Pero de lo que me quejo es de que se empiece por envejecer. Mire, Monsieur Brul, mi punto de vista es simple: mientras exista un lugar en el que haya aire, sol y hierba, tenemos la obligación de lamentar no estar allí, sobre todo si somos jóvenes.



Boris Vian
La hierba roja
(Tusquets Ed.)

miércoles, agosto 16, 2006

con mi padre sólo hablo del tiempo

Como te digo, cada día, puntualmente, primero Montesdeoca.

¿Y luego baile?

Y luego baile.

Pues a tu madre le ponía Medina.

¿Mariano?

Mariano.

¿Por el bigote?

Por el puntero inoxidable.

Pues Montesdeoca le gusta por el pelo.

¿Y nada más?

Y por la voz. Y por los ojos. Pero el pelo más que nada.

A tu madre lo que le gustaba era el puntero.

Porque era inoxidable.

Hasta llegué a robar las antenas de los coches para exhibirme desnudo después del telediario.

¿Mamá prefería niebla, borrasca o marejada?

Anticiclón de las Azores. Bancos de niebla en el Cantábrico.

Oh, sí, con eso enloquecen todas.

¿El anticiclón?

Y la niebla. Niebla y anticiclón: pareja de ases.

Y olvídate de las borrascas.

Y del granizo, las tormentas, el mar de fondo.

A mí lo que me pone es la llovizna.

A mí el Levante en el estrecho.

¿Igual que a Trillo?

Igual que a Trillo.

lunes, agosto 14, 2006

luthor no era amante de la lycra

En los meses precedentes al descubrimiento de su verdadero potencial, Clark Kent adquirió la fea costumbre de matarse a postgrados. Enfrascado en sus estudios, pasó días enteros sin abandonar su habitación. Una noche de febrero, mientras la tormenta arreciaba en el tejado, dejó sus libros y se marchó. Caminando por los campos embarrados le alentaba una esperanza: la lluvia hará que germinen los topos.

también los ángeles comen judías

Bud Spencer regresa del espacio a bordo de un gigantesco cerdito nodriza. Depositado en una pequeña casa frente a un lago de la Bélgica perdida, pasará el resto de sus días en una mecedora. Junto a su hermano gemelo vigilará la superficie de las aguas, esperando cualquier cosa que llegara caminando sobre ellas. Da igual lo que sea. Una chica pálida, una nube, una fiera, un cura o un tractor. Cualquier cosa procedente de la otra orilla. La orilla donde nunca han estado.

miércoles, agosto 09, 2006

le llamaban Trinidad

Bud Spencer regresa del espacio a bordo de un gigantesco cerdito nodriza. Depositado en la orilla del lago azul, piensa largamente en animales prehistóricos. Peces con fauces de león, caballos con cuchillas en las crines, patos dotados de fusiles de repetición, lagartos radioactivos, amebas inflamables, fitoplancton civilizado, reptiles en forma de filete, mamarrachos gigantescos clavaditos a Luis Miguel. Cubre su cabeza de papel albal, busca algo a qué agarrarse, sabe que ya viene la tormenta y no tiene más defensa que decir: yo soy Estrellito, el niño espacial.

martes, agosto 08, 2006

banana joe

Bud Spencer regresa del espacio a bordo de un gigantesco cerdito nodriza. Depositado en la playa, el mar enfrente y el tren a sus espaldas, piensa: mi vida fue todo lo contrario. Embestir locomotoras, embestir el oleaje. Se mira los nudillos, luego la palma de las manos. Es momento de dejar a un lado los golpes. Tal vez de acariciar. De preguntarse lo que fue de aquellos años, cuando la necesidad y la fuerza, pero no el talento para vivir.

lunes, agosto 07, 2006

ecos de una autopsia (#10)

Está callada y en su habitación. Desde la puerta entornada, susurras palabras de consuelo, sin adentrarte ni prender la luz. Hay algo que brilla adentro. Por si acaso, te dices, se acuesta siempre con una moneda bajo la lengua.

ecos de una autopsia (#9)

El silencio de los sótanos, la espalda recta sobre la mesa de mármol. El zumbido imperceptible de las luces fluorescentes. Los ojos ni abiertos ni cerrados. Vísceras y hielo. Cavidades vacías. Ecos en el pasillo. Asepsia. Látex. Tecnicismos.

ecos de una autopsia (#8)

Te despiertas en Treblinka con un número en el brazo. Tratas de explicarte, pero nadie habla tu idioma. Desesperado abandonas el recurso de las lágrimas. Todo fue siempre así de fácil. Ser el verdugo o el bufón.

ecos de una autopsia (#7)

Vivir de acuerdo con tus ojos. Ya no pedías más. Aves inflamables en las copas de los árboles. Juegos y deseos. Huída sin zapatos hacia el este.

ecos de una autopsia (#6)

Nadie sabe de qué hablas. Ni tú mismo apenas. Perdido en los engaños, las ficciones, las isóbaras. Meteorólogo incendiario. Niño salvado al abjurar de los mapas y del cielo.

ecos de una autopsia (#5)

Desertor a campo abierto. De la tierra brotan cactus y fusiles. Ocasionalmente tormentas de licor. Todos disparan al cielo. La hierba se ha echado a perder.

ecos de una autopsia (#4)

Amanece en blanco y negro. Música de jazz. El estómago enrarecido, como en las películas de Jarmusch. Abandono la ciudad por un camino despoblado de pájaros.

ecos de una autopsia (#3)

Cuando la lluvia se evapora en el camposanto, miríadas de insectos brotan de la tierra y de las tumbas que no tienen lápida ni nombre. Enjambres multicolor. Fuegos fatuos. Los muertos hablan de luz cuando renuncian al recuerdo.

ecos de una autopsia (#2)

Una voz dentro de mí (pero no mía) repite constantemente: “de las manos ociosas el diablo se hace cargo”. Dejo todo lo que estoy haciendo. Jamás una sonrisa tan dulce.

ecos de una autopsia (#1)

Estoy medio desnudo en la cama de un hotel. De repente recuerdo: esta es mi casa. El olor de las habitaciones se vuelve triste y familiar. Se escucha música lejos.

viernes, agosto 04, 2006

las revelaciones del gran topo

Apuntes sobre la gravitación universal
(una aproximación a la verdad verdadera, by el Topito Floreal)

Desde el inicio de los tiempos el hombre y otros animales han escudriñado en vano los secretos de la madre naturaleza. Cada paso que les acercaba a la verdad se la mostraba cada vez más lejana e inalcanzable, provocando curiosidad y desazón a partes iguales. Aristóteles, Ptolomeo, Copérnico, Galileo, Pascal, Balmes, Einstein, Hegel y Tricaz. Todos aportaron su visión particular sobre el universo y sus misterios. Pero mi historia no empieza con ellos.
Corrían los primeros años de mi infancia cuando en mis paseos por Ciudad Natal descubrí un hecho extraño, una corriente de materia-antimateria que arrastraba imperceptiblemente al universo hacia un punto en concreto. Hacia una estatua ecuestre. Hacia el culo del caballo. Lo primero que noté fue que engordaba. Primero poco a poco, sin asustar a los paseantes. Un famélico jamelgo se convirtió año tras año en un lozano percherón. El general Prim, siempre en la grupa, orgulloso y altanero como toda gran figura pública, alzaba su cabeza al cielo, pero abría cada vez más y más las piernas. El proceso se aceleraba. Cuan mayor era la masa del caballo mayor velocidad de engorde. Basta pasear una mañana por la plaza y comprobar que en nada envidia nuestro caballo al gato de Botero.
La segunda observación fue la desaparición progresiva de los viejos y los bares. No se morían. No cerraban. Simplemente desaparecían. Mucho tiempo dediqué a pensar en ello, y no aclaré lo de los bares. Respecto a los viejos sólo quedaba una posibilidad. Eran engullidos por algún fenómeno ultramundano. Un agujero negro de antimateria los atraía hasta absorberlos. En mi ciudad sólo quedaban dos opciones. Las obras, o el caballo del general.
El descubrimiento definitivo del poder gravitatorio del caballo vino dado por tres indicios independientes, a saber: el descubrimiento mediante técnicas sofisticadas de medición de una disrupción gravitatoria en el lado norte de la plaza. Dos: la relación directamente proporcional entre el número de abuelos que desaparecían de los bancos adyacentes y el engorde desaforado del jamelgo. Tres: la irrefrenable pasión con que los más jóvenes del pueblo se abrazaban a la estatua en las noches de victoria del Barça. Baja por unos momentos la guardia, por efectos de la euforia y el alcohol, cualquier cuerpo dotado de materia y entendimiento gravitaba en espirales centrípetas alrededor del ano del cuadrúpedo, hasta ser totalmente engullido por el mismo, pasando a acrecentar la masa de la estatua.
Así las cosas propongo la instalación de aparatos adecuados para medir:
El campo gravitatorio alrededor del caballo.
La masa de la estatua, que desde ya les adelanto, será la equivalente a la de tres planetas medianos.
En caso de no prestarle atención ni remedio, les anuncio ya los males. El mundo entero gravita alrededor de ese ano. Del ano metálico de un caballo de general. Tarragona será el principio. Las murallas, el balcón del mediterráneo, el arc de Berà, la defensa titular del Nàstic, todo será engullido por el puto jamelgo de la capital de la avellana. Pero luego será el mundo. Hasta alcanzar la masa crítica. En ese momento el caballo estallará como una toma falsa del big bang. Un universo completamente desconocido emergerá de sus entrañas. Revoltijo de Plim y Salle y misa de ocho, hoquei patines, mecagundeus y vermut miró. En el marasmo sólo tres cosas quedarán del universo conocido: las cucarachas, Pere Anguera y la unió de botiguers.

la verdad sobre topos y erizos

Es hora de contar la verdad.
Mi nombre no es César.
No soy un erizo. Soy un topo.
Un topo punk.
Adopté su nombre y su foto, César existe realmente, pero no soy yo.
Podéis encontrarlo aquí: http://www.bkbono.com/rockdelux.htm
Ahora os hablaré de mí.
Mi nombre es Floreal. Topito Floreal. Nací en los primeros 70, cerca del centro del universo, en la gran urbe de Reus. Mi padre era un chino y mi madre libertaria. Yo salí tonto. De pequeño me caí en una marmita de masclet y me volví niño prodigio. Mi único defecto es una adicción residual al plim y la costumbre de partir avellanas con los dientes. Ya lo dice el refrán: “puedes sacar al topo del corazón de un avellano, pero no puedes arrancar el avellano del corazón de un topo”. Desde pequeño, tras el ‘incident masclet’, me dediqué a fabular acerca de los misterios del universo. Como cualquier niño traté de ser futbolista, pero no sabía escupir. Mi mamá me regañaba y me ponía la camiseta perdida de lamparones. Pollos con guarnición. Estudié en el instituto topológico Reus III, que actualmente lleva el nombre de un admirable alcohólico suicida. Seguí sus pasos hasta donde mi hígado siguió. Pero el Plim tiraba mucho, y vomito nada más ver las etiquetas del vermut miró. Estudié una y mil cosas, entregado siempre a mis teorías y figuraciones. Añoro aquellas tardes en que hablaba de mis cosas con mi barman de cabecera, el Perro Antonio, y con su madre, la Perra Juli. Y la fiesta de la boda de la infanta. Me bebí treinta cervezas. Antonio se conformó con que le pagara en azucarillos. Pero el barbas de la barra me las cobró una por una. Poco después me marché de la ciudad. Agobiado por el bullicio de la metrópoli, por la inmensidad de saberse una minúscula partícula de ser en la ciudad capital del mundo, me desplacé a la tranquila Barcelona. Una pequeña villa cien kilómetros al norte. Allí traté de abrirme paso entre mentes obtusas y encerradas, que no atendían a mis cavilaciones. En vano les hablé una y mil veces de su error. Ellos no son la capital. Ni tienen botiguers ni catequistas, ni carreras de sacos con un saco de avellanas.
En el siguiente capítulo expongo lo que considero mi obra magna: Apuntes sobre la ley de la gravitación universal.