jueves, abril 27, 2006

contestador automático

Un cuento siempre narra dos historias. Una fatalidad y una paradoja. En el jardín la mujer fuma. Es una mañana soleada de domingo. Cielo despejado, urbanización desierta. Puede que un estanque con peces dorados o puede que un acuario en el salón. En cualquier caso es una casa con peces. Puede que un perro y puede que niños rubios frente a la televisión. Puede que el hombre de la casa haya salido o podemos decir que nunca estuvo o tal vez desapareció por algún motivo oscuro en el pasado. Diremos que la presencia del hombre de la casa es más patente cuando no se ve, cuando no se oye, cuando no se percibe, cuando sólo la mujer fumando en el jardín y los insectos de mayo y el polvo acuoso de los aspersores. Más patente cuando los peces, más patente en concreto en el errático buceo de los peces. En cualquier caso no está el hombre. No habla, no se le ve, no se le echa de menos, apenas se habla de él y apenas se le recuerda. La mujer apaga el cigarro, cierra los ojos tras sus gafas de starlet, respira hondo y se adormece con el ronroneo de un motor lejano. Hay vino blanco en la cocina y todo listo para preparar la comida. Podemos organizar en el interior de la vivienda una suerte de juego de espejos, retratar todos los ángulos. Pero hace falta pulso para ello. La mujer se levanta y camina calle abajo. Diremos que no va a ninguna parte y pensemos que no va a volver. Diremos que en la casa un perro y el silencio que lo explica todo. Peces, césped y riego por aspersión.

No hay comentarios: