"Lo que se entiende hoy por izquierda es algo tan banal como caricaturesco. Lo que resulta más triste es que a los que no participamos del izquierdismo activista o del sindicalismo, se nos reproche una actitud cómoda, abstracta o inoperante. Nosotros respetamos en general las actitudes de izquierda que son comunes a miles de personas en este país, pero no compartimos sus obsesiones ni sus causas. Vamos a citar un ejemplo bien conocido hoy: el discurso sobre la llamada «precariedad». Para nosotros, bajo la lamentación tan actual de muchos izquierdistas bienintencionados con respecto a la precariedad, lo que se esconde es el lenguaje mismo del Estado de bienestar, que no permite que se expresen otras críticas si no es en la forma de las falsas necesidades que el Estado establece. El discurso de la precariedad es el canto apologético al sistema de hoy, que ya ha establecido mediante la propaganda y la coacción, como debe ser administrada la «abundancia envenenada» del capitalismo industrial. El precarismo origina el discurso ramplón sobre «viviendas dignas» para los jóvenes, empleos fijos y estables, etc. Todas estas peticiones traducen la sensación colectiva de que es imposible escapar al chantaje del sistema. El sindicalismo ha creado el lenguaje de la precariedad y lo ha adoptado como lenguaje propio. No podemos negar que en otras épocas las reivindicaciones puramente materiales o económicas, de derechos laborales, etc., fueran parte de la estrategia de lucha de las masas obreras, pero entonces, en los años treinta del pasado siglo, la situación era muy diferente, ya que todo ello convivía con una cultura de lucha obrera y con un conflicto vivido masivamente. Pero habría que ver a qué han conducido las luchas por las mejoras en el medio proletario y qué es lo que realmente implicaban desde una perspectiva amplia. En el artículo de Michael Seidman, «La maternidad del week-end», editado por el colectivo Etcetera en forma de folleto, es interesante ver cómo las derivas de las luchas obreras de aquella época por conquistar el fin de semana como tiempo libre, junto con otras mejoras, estaban ya dentro de una estrategia de adaptación a la sociedad de consumo. Seidman describe cómo el tiempo libre conquistado por los obreros podía ser pronto asimilado al consumo turístico y la industria de ocio. Los sindicatos franceses empiezan entonces a gestionar las vacaciones obreras, hablan de ocio y piden el «derecho a la nieve» para sus trabajadores. Es verdad que Seidman da una valoración positiva a las luchas por el week-end en aquella época, señalando su potencial subversivo, pero para nosotros es fácil observar ahí uno de los muchos pasos hacia la justificación del bienestar obrero como causa última. Por otro lado, hay que ver cuál es el trasfondo de las peticiones obreras, ya George Orwell en su época se quejaba de que los aumentos salariales de los mineros británicos, logrados por la lucha sindical, suponían un grado de explotación más sobre el proletariado colonial de la India. Esto no es hacer demagogia, a menudo se dice que las reivindicaciones económicas de los trabajadores son el único terreno de lucha concreta desde el que es posible construir el antagonismo. ¡Esto sí que es teoría! Después de más de treinta años de sindicalismo, radical o no, en este país, se ve claramente que las luchas de los trabajadores sólo han llevado a la glorificación del sistema tal y como lo conocemos: división del trabajo, tecnificación, alimentos sucedáneos, urbanismo masificado, alienación en el ocio, educación y salud gestionadas por el Estado o el capital privado... Hay que constatar que todo lo que el trabajador puede conseguir hoy con su salario le ata más fuertemente al sistema de alienación y embrutecimiento, y le hace partícipe de la explotación neocolonial y la destrucción de la naturaleza. Al luchar por la supervivencia individual es imposible no caer en esta trampa, todos estamos presos en ella, pero lo que denunciamos es que el bienestar laboral y económico se convierta en causa política. Sin embargo, este es sólo un aspecto del izquierdismo. En años recientes hemos tenido que asistir al renacimiento de una izquierda autoconsiderada utópica y radical, que coronó los llamados movimientos antiglobalización o de resistencia global. La retórica de este movimiento carecía de articulación social visible, se trataba de un movimiento con una cresta intelectual perfectamente prescindible (los Toni Negri, Susan George, Bové, Klein, Ramonet, Manu Chao, etc.,) y con una representación militante compuesta por activistas vocacionales. Y cabe precisar: no es sólo en términos cuantitativos que la base social de este movimiento ha estado ausente, sino sobre todo en lo cualitativo, en efecto, ¿qué es de la vida cotidiana de cada uno de los manifestantes en contra de la guerra o de la catástrofe del Prestige? Hubo descerebrados que colgaban pegatinas de «no a la guerra»... ¡en sus automoviles todoterreno! Muchas personas que participaban en las manifestaciones no estaban dispuestas a establecer ninguna relación con la guerra y su particular modo de vida, estaban ansiosos por descargar su desesperación sobre el gobierno, Bush o las multinacionales y, desde luego, las organizaciones de izquierda se aprovechaban de ese sentimiento vago de indignación ciudadana para conducirlo hacia sus fines partidistas. No somos tan puristas como para exigir una absoluta coherencia entre las ideas que uno defiende y su modo de vida, ya que nosotros somos los primeros en estar atrapados en este sistema, pero lo que realmente nos interesa es que las luchas políticas revelen de la forma más honesta posible la dependencia que todos tenemos de este sistema.
Por otro lado, y del lado de la verdadera contestación radical, algunos escritos como los de Miguel Amorós o Carlos García, ya en aquel momento, pusieron los puntos sobre las íes, mal que les pese a muchos, para demostrar que el movimiento anti-guerra se reducía al plano simbólico y era incapaz de recurrir siquiera a instrumentos de lucha social como la huelga general...
Este anti-capitalismo de los anti-guerra y los anti-globalización era en verdad una revisión hecha de leninismo, tercermundialismo y ecopopulismo, pero todo ello remozado con el discurso de las nuevas libertades del mundo red y el asistencialismo de Estado (no en vano, la vanguardia intelectual del movimiento de resistencia global exigía, entre otras cosas, la renta básica, el software libre y la libertad de movimientos transfronterizos, como si de consignas revolucionarias se trataran, cuando en realidad todo ello traduce muy bien los mecanismos de funcionamiento que el sistema necesitará -y necesita ya- para dirigir y regular la nueva economía...). En España el límite máximo de la tontería se cruzó en las elecciones de marzo de 2004, donde toda esa izquierda banal, que además había sido llevada al estrellato por los media en la oposición, se desinfló en la nada. Todavía hay cretinos que creen que la derrota del Partido Popular fue un éxito para algo, y que los teléfonos móviles fueron el medio técnico subversivo que contribuyó a tan glorioso fin..."
http://www.nodo50.org/ekintza/article.php3?id_article=92
viernes, febrero 01, 2008
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1 comentario:
En tu exacerbada crítica a las pretendidas subversiones al orden mundial
tildándolas de reaccionarias puesto que, en el fondo, no buscan la destrucción
del sistema sino su reformulación sobre la construcción de un Estado del
Bienestar, ¿contemplas otro tipo de alternativas o de insurrecciones
verdaderamente antisistema?,¿es posible un "más allá" subversivo no
contaminado del sistema o que no esté subsumido por el capital?,...
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