lunes, julio 16, 2007

C'est de la racaille ? Eh bien, j'en suis !

La cuestión de la vecindad es, a todas luces, fundamental. El vecino es, de forma inmediata, el Otro. Y si las condiciones de convivencia en los suburbios no facilitan la vecindad, es porque este tipo de hábitat ha sido expresamente concebido para impedirla. Cuando se examina de cerca la historia de la política de la vivienda social en Francia, se constata desde un principio esa voluntad de imposibilitar cualquier forma de aglomeración, de solidaridad y de proximidad entre los habitantes.

Podría decirse que la política de la vivienda nace con la ley Siegfried, en 1895, destinada a facilitar el acceso de los obreros al domicilio particular y suprimir cualquier forma de promiscuidad. El objetivo de la misma estaba fijado con claridad: "Un obrero propietario, ahorrador, previsor, definitivamente curado de las utopías socialistas y revolucionarias, y arrancado de manos del cabaret" (...) Georges Picot (...) fue de una claridad meridiana en lo referente a impedir las relaciones de vecindad en aquellos barrios obreros:

"Pasillos y corredores serán proscritos con la ieda de evitar todo encuentro entre los inquilinos. Los rellanos y las escaleras, plenamente iluminados, habrán de considerarse como la prolongación de la vía pública"

(...)Los individuos engullidos por la espiral del salariado podían adaptarse muy bien a aquella marginación lejos de la ciudad. Sin embargo, cuando a partir de los años setenta el sistema fordista de pleno empleo empezó a dar las últimas bocanadas y numerosos jóvenes nacidos en su seno se encontraron oxidándose delante de los portales de los inmuebles, se impuso una evidencia suplementaria: aquellas ciudades-dormitorio no habían sido diseñadas para otra cosa que el reposo del asalariado. Cualquier otra forma de vida -en contraste con el tejido complejo y variopinto que había caracterizado a la ciudad- era allí rigurosamente imposible. Los Dr. Strangelove del urbanismo funcionalista, que planificaron la zonificación del espacio y, por tanto, la desintegración de la ciudad, no dudaron de que todo el mundo, una vez traspasado el umbral de la cabaña que le había sido asignada por el plan, tendría la docilidad d epermanecer en ella. A partir de mediados de los años 70, las bandas de "delincuentes juveniles" ridiculizarían tan totalitaria pretensión.

Es preciso apuntar algo más en el haber de la juventud rebelde de los suburbios pobres: fue ella la que denunció en actos, no sólo las urbanizaciones sino el urbanismo en cuanto tal. La expresión "el malestar en los suburbios" es muy floja, pues de lo que se trata, en realidad, es de la infinita frustración de los jóvenes marginados (...)

De lo que se trata entre otras cosas - si lo que se pretende es hacer justicia a esta revuelta de los marginados- es de una crítica del urbanismo; comprendido ante todo como técnica de marginación y de asilamiento, como organización jerárquica y autoritaria del hábitat humano.

Alèssi Dell'Umbria
"¿Chusma? A propósito de la quiebra del vínculo social, el final de la integración y la revuelta del otoño de 2005 en Francia"
Ed. Pepitas de Calabaza.

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