lunes, abril 10, 2006

fotos

De una vez y para siempre, a todos los interesados: no me gustan las fotos. No me gusta verlas, no me gusta hacerlas, no me gusta salir en ellas. Lo detesto. Detesto hacerme fotos. Detesto las fotos de grupo, las instantáneas, las fotos de vacaciones, las fotos de las comidas familiares, las fotos de paisajes, las fotos en general. No tiene nada que ver con mi cara. Mi cara me gusta, mi cara está bien, mi cara no es de las peores, con mi cara me puedo ver guapo. La fotogenia no es el problema. Tiene que ver con dejar huellas. Es un tema de elegancia. Siempre quise vivir y poder negarme. Yo no estuve, yo no era, yo no te conozco, yo sólo vine, vi, me fui. Sólo es eso. Borrar las huellas, dejarlo todo como estaba, no romper nada, no cambiar nada, sólo mirar un rato, desordenar imperceptiblemente, armar no mucho ruido, decir pocas palabras, marcharme al poco, pasar inadvertido, ser olvidado por completo, que nunca más me reconozcan, y si lo hacen que nunca sepan ubicarme. Por eso no me gustan. Por eso no las guardo. Las rompo, las tiro, las pierdo adrede. Por eso cuando rebusco en mis cajones sólo encuentro restos de serie de algún fotomatón. Fotos que sobraron en el trámite de un documento y que guardé para el siguiente y se perdieron en el caos de mi casa, mi cabeza, mi habitación, y se acumulan en pequeños sobres con mis caras oficiales, con expresión de conducir, identificarse, acreditarse. Porque ya tuve bastante con acceder a una vida que no pedí, tener además una biografía es una doble humillación. Por eso jamás salgo normal en las fotos de grupo, cuando no puedo evitarlas, por eso pongo caras, abro la boca, me pongo gafas de sol, me escondo entre el bosque de cabezas, miro hacia un lado, me tapo la cara, jamás sonrío si no me pillan a traición. Por eso justamente. Quedan todos advertidos: en la de ayer me tumbé en el suelo, levanté la pierna, no se ve más que mi pie izquierdo. En la próxima saldré de espaldas.

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