lunes, junio 26, 2006

interferencias

La primera vez que vi nevar la tormenta nos sorprendió en casa de mis abuelos, en un pueblo escondido del Montsant. Recuerdo que mis padres recogieron rápidamente la ropa y nos montamos en el coche. Salimos por el camino más largo, donde mi padre supuso que no habría nieve. Se equivocó. El camino fue eterno para ellos, pero yo, con el pequeño transistor a pilas disparando interferencias sobre mis rodillas, miraba por la ventanilla empañada un paisaje totalmente desconocido, sabiendo que jamás vería otro igual. Papá condujo con extrema prudencia, evitando en lo posible las placas de hielo y la nieve acumulada en la calzada. Aquí y allí algún coche con menos suerte había dado con sus huesos en la cuneta, o se había detenido contra un pino en su descenso por el terraplén. Poco después de cruzar un puerto, en una curva pronunciada, perdió el control del auto. Recuerdo perfectamente el vértigo que sentí, entre divertido y asustado, cuando el 133 giraba sobre sí mismo directamente hacia el barranco. Recuerdo el golpe y que algo nos detuvo. Un Chrysler rojo accidentado en la cuneta hizo las veces de barrera. Bajamos a comprobar que nuestro coche no tenía daños. Recogimos al conductor del Chrysler. Le acercamos al pueblo más cercano. Continuamos nuestro camino hasta llegar a casa. El transistor en mis rodillas captaba cada vez más nítidas las emisoras conocidas.

No vi más nieve hasta muchos años después. Acababa de obtener el carnet de conducir y me hice con el auto de mi padre para salir de paseo ese sábado. No me importaron los avisos de la radio. Conduje derecho a la Teixeta. Por la noche había nevado, pero la sal y las quitanieves mantenían la calzada en unas buenas condiciones. Recuerdo mucha niebla y esa misma sensación que ya viví veinte años antes. La radio del coche no captaba apenas nada en la FM. Conduje lentamente entre interferencias y vehículos anclados en la cuneta. Me detuve en una curva para mirar la carretera vieja. Tramos de asfalto inconexo serpenteaban entre la niebla, la nieve, los matorrales y las tierras de cultivo. La nieve crepitaba bajo mis pies y una voz irreconocible lo hacía en los altavoces de mi coche rojo.

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