domingo, junio 25, 2006

twilight zone

Estrellamos el auto incluso antes de salir de la ciudad. Un pequeño golpe, apenas nada, pero el eje delantero se quebró. Nos quedamos allí sentados, riendo, mirando al mar, como si eso fuera justo lo esperado, lo que venía después. Invitamos al chaval del coche negro a que se uniera a nuestra fiesta. No teníamos dinero, no teníamos alojamiento, no teníamos noción de donde estábamos, no hablábamos su idioma. Tratábamos en vano de arrancarle una invitación, de que nos sacara de allí y nos metiera en una fiesta, en una casa, en un lugar seguro donde reír y echar la siesta. Parecía confuso y resignado, pero no lo bastante. Tras un buen rato llegó la grúa. Un hombre alto y ancho con aspecto hindú cargó las maletas en el camión y nos llevó de vuelta al centro. Bajamos junto al río y nos pusimos en marcha, buscando algún lugar donde pasar la noche. Todo sucedió naturalmente, porque la ciudad no podía dejar que nos marcháramos. Y lo sabías. Habíamos sido demasiado felices.

No hay comentarios: