viernes, junio 23, 2006

serpientes

Le despertó la voz de la mujer en la cocina. Raramente lograba dormir si no era solo, sin embargo, por la luz, debía ser más de mediodía.

- ¿Donde está la cafetera?

Nadie le había enseñado a mirar alrededor. Todo estaba adentro suyo. Y ni siquiera allí en orden. Nunca había sabido cuidarse. No pensaba quedarse aquí lo bastante para echar eso de menos. Sentía un permanente estado de tránsito en el que no merecía la pena preocuparse por nada. Las casas, los trabajos, los amigos, las mujeres, no importaba en cuanto tiempo, horas, días, décadas, pero todo tenía que pasar. La provisionalidad le exasperaba a veces. Pero sin ese sentimiento dejaría de respirar.

- ¿Y las tazas?
- Hay vasos en el fregadero.
- ¿Pero, y las tazas? Quiero una taza para el café.
- Hay vasos en el fregadero. No hay tazas ni vasos limpios.
- Y no encuentro la cafetera. Y la cocina está sucia. ¿Cómo puedes tener esto tan sucio?
- Hay azúcar en el estante. Leche en la nevera. Café instantáneo. Sírvete el agua directamente del grifo, si vas a tomarlo solo. Nadie se ha duchado todavía. El termo rebosa de agua caliente.

Se dio la vuelta en la cama. Apoyó el rostro contra la almohada. Aspiró con todas sus fuerzas. Cómo explicar que no iba a quedarse. Que no le importaba aquella casa. La cocina, el fregadero, las incomodidades. Era nada más una estación.
Escuchó el grifo que se abría. Se incorporó. Se acercó a la ventana. Abrió. Se asomó. Pese a todo le gustaba esta casa. Le gustaba la luz. La calle. La pereza soleada de los domingos por la mañana.

- No te quejes tanto. No vas a quedarte aquí.

Habló sin volverse hacia la habitación. Como hablándole a la calle. Al armazón del edificio que crecía frente a él. Pronto rebasaría la altura de su ventana. Cuando le robara la luz, había decidido, no tendría sentido continuar en esa casa.

- ¿Cómo dices?

La mujer se asomo. Un vaso húmedo en la mano. Sonreía divertida, como esperando de él alguna de sus gracias.

- Nadie va a quedarse aquí lo bastante para echar nada de menos. Ni el orden. Ni las tazas. Ni el café.

Una motocicleta a escape libre llenó con estruendo lo que podría haber sido una pausa incómoda. Él se había vuelto a mirarla. Algo de comprensión. Algo de calor. Algo de violencia. Algo de despedida. Volvió a sentarse en la cama. Se levantó y buscó la ropa en el desorden de la cómoda. Afuera la mujer seguía moviéndose. Se demoró cuanto pudo. Como si vestirse representara un esfuerzo enorme. Como si fuera parte de un antiguo ritual donde todo era dulzura y abandono. Mientras se ponía la ropa imitaba distraído los sonidos de animales.

Cuando entró en el comedor, en la televisión una serpiente reptaba veloz sobre las dunas. Ella estaba sentada en el sofá. Un vaso de café con leche en la mesa, sobre el periódico de ayer.

- Yo me voy.- Dijo él

La mujer se encogió de hombros. Tomó un sorbo del vaso, lenta y delicadamente, como lo haría una gran dama en presencia de la corte. Se recostó en el sofá. Le devolvió la mirada.

- Me gustan mucho los documentales.

2 comentarios:

Mr Towers dijo...

Oh, l'estat de trànsit és ideal. M'agradaria estar ancorat en aquest no-estar-enlloc...Però ja se sap on et porten les àncores: "en el fondo del mar matarile-rile-rile".

Per cert, no hi ha millor arma contra l'insomni que els documentals de bitxos de la 2 a les 4 de la tarda. Els meus preferits son els de fons marins, matarile-rile-ron.

Xim-pom.

el erizo césar dijo...

doncs jo, que tinc a la vista una mudança d'aquí no res, m'estic plantejant seriosament allò de sortir de casa amb la roba posada i res més, ni mobles ni electrodomèstics ni res de res. lleugeret lleugeret, que així fins i tot puc surar...